lunes, 13 de marzo de 2017

Tú y yo


No se me ocurrirá callarte, permaneceré a tu lado por si necesitas ayuda. No se me ocurrirá cuestionarte, porque estoy segura de que tienes motivos, aunque en ese momento los desconozca. No te soltaré la mano cuando dudes, cuando no entiendas el mundo y la ira te invada sin que puedas cambiar nada. No dejaré que te caigas, ni impediré que vueles. No te mentiré, ni te dejaré de decir la verdad. No esquivaré tú mirada cuando necesites enfrentarme, y no dudaré en plantarte cara si estás equivocada. Serás mi prioridad cuando tengas que serlo, no cuando yo lo decida, ni cuando tú lo quieras. Seré consciente de tus necesidades, y te ayudaré en todo lo que esté en mi mano solo porque alguien como tú lo merece. No hablaré de promesas, te encontrarás con los hechos. Te traeré comida, drogas y pañuelos, y me quedaré a tu lado hasta que estés mejor. No me olvidaré de lo que te preocupe, sí de tu cumpleaños. Te regalaré aquello que me recuerde a ti solo para que sepas que te he pensado. Te abrazaré fuerte, durante el tiempo que necesites y las veces que lo requieras. Me ocuparé de todo cuando la vida te pese, o cuando te resulte más difícil que a mí. Te daré un espacio donde ser tú misma. Te ignoraré cuando te menosprecies y te aplaudiré cuando te consideres la mejor del mundo. Te pediré que me exijas y que me des todo lo bueno que tienes para ofrecer.


Te querré bien.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Muy puta y muy bonita

Puedes exigirle a la vida que te envíe señales mientras esta lleva años, semanas, días, gritándote para que dejes de darte contra el muro, o enviándote luminosos para que no des más pasos hacia el precipicio. Los motivos por los que no escuchas los bocinazos, o no te ciegas con las luces, son diversos. Puede ser  porque ya estás demasiado metido en el problema, y en este caso solo con la resolución del conflicto (se suele dar por agotamiento de recursos), y el paso del tiempo, recordarás los avisos. Innumerables seguro. Puede ser porque estés atado a algo, o a alguien, y esos lazos te estén tapando los oídos, o cerrando los ojos. Ante esto habría que saber que el amor verdadero no se rompe por la distancia, y tarda poco en volver a reunir a los amantes, y que las pertenencias o las ganancias no proporcionan la felicidad. Puede ser que no quieras darte cuenta porque no tengas el valor suficiente para tomar una determinación, porque en la mierda uno se puede sentir cómodo, porque a veces la infelicidad actúa como arenas movedizas, y cuanto más te quejas de ella más te sumerge en la desdicha, y más te inhabilita para salir.
Para captar las señales hay que mirar hacia atrás, siendo objetivos, sin carga emocional; repasar los gestos de un amor que no lo es, enumerar las veces que lo has intentado, y las formas en las que lo has hecho, pensar si encajas en el entorno, y por último preguntarte si tiene sentido seguir luchando en las circunstancias en las que lo estás haciendo.
Cuando ves las señales, aunque sea a toro pasado, todo se relativiza, comprendes que lo sucedido tiene sentido, y que has tenido suerte de haberte escapado, sea de la forma que sea. Comprender te libera, y las respuestas no suelen estar en la boca de otros, están en los gestos que ya has visto, en cómo te has sentido, en cómo te acostabas, cómo dormías y cómo te levantabas. Cuando algo está mal una parte de nuestro ser se da cuenta enseguida, pero a veces no solo no escuchamos a la vida, también nos ignoramos a nosotros.

De cualquier manera, ante una buena hostia siempre hay un aprendizaje que se fija, que ya no se borra y eso, aprender, es de las cosas más maravillosas que tiene el caminar por esta vida que es tan puta y tan bonita. 

Para Nat y Ginger... gracias.

viernes, 10 de febrero de 2017

Olla a presión



Mariona se despertó con el timbre de la puerta. Oyó a su abuela abrirle a la vecina, la señora Margarita, que venía a traerle unos tomates “muy buenos” del mercado. Cuando cerró los ojos y se dio la vuelta para continuar durmiendo una explosión la sobresaltó. Puso atención, y escuchó el sonido de una boca de incendios escupiendo agua, los pasos de su abuela y un grito posterior a lo que parecía una caída. Se levantó de un salto y se dirigió a la cocina. Allí estaba la octogenaria tirada en el suelo, moviendo todas sus extremidades como una tortuga que trata de darse la vuelta, y la olla a presión escupiendo las lentejas que la mujer había decidido hacer en pleno julio. La vecina se había asomado y ante la situación había tomado la determinación de llamar a la puerta de todos los habitantes del rellano. Mariona se dio cuenta de que tan solo llevaba puestas unas bragas, pero no podía moverse porque la mujer que yacía en el suelo trepaba por su pierna buscando incorporarse.

– Abuela me haces daño coño, espérate un momento que me pongo algo y te ayudo – le dijo mientras trataba de desincrustarse los gruesos dedos de su muslo.

– Que no! Que solo tengo que pegarme en la pared y me levando. Ayúdame coño que la tonta esta está llamando a los vecinos y no quiero que me vean así – la mujer la miraba desde el suelo con los ojos pequeños y redondos, desesperados.

Mariona se zafó lo suficiente para dar un paso y apartar el guiso, que seguía en erupción. Las paredes estaban llenas de legumbres, verduras, y trozos de carne. El techo, de láminas de aluminio, tenía la tapa de la olla incrustada. Las vecinas empezaron a llegar, a esas horas solo las amas de casa estaban en sus hogares.

– Uh Niña! Pero si no llevas nada encima – dijo la vecina del 3º A

– La niña, que le gusta dormir en cueros. Mira que le he dicho cienes de veces que se ponga un camisón para dormir, que luego hay que salir de casa corriendo y le ven todos los vecinos las tetas. Es que hace lo que le da la gana.

Mariona había conocido a tantos hombres que su abuela se moriría si supiera el número. A pesar de ello y de su edad, era “la niña”. Utilizar esa palabra siempre indicaba una crítica, ya fuera porque hacía lo que le daba la gana, porque no le gustaba dar explicaciones o porque tenía mucho carácter y muy poca paciencia. Cuando la señora Margarita amenazó con avisar al vecino de abajo, que trabajaba de noche, Mariona se dirigió a la entrada y cerró de un portazo.

– Se acabó. Voy a vestirme, voy a avisar a los de asistencia y te vas al hospital. Ni se te ocurra moverte y como tengas algo roto te vas a enterar – recordó los meses de rehabilitación por los que tuvo que pasar cuando la abuela se operó de la rodilla. Aquello fue un infierno. La octogenaria cuestionaba cada ejercicio, y trataba de esquivarlo con quejidos, lamentos y reproches.   

Mariona se puso un vestido, pulsó el botón de emergencia y llamó a su tía Sol para que fuera en la ambulancia. Ella se daría una ducha, se calmaría e iría a buscarlas más tarde al hospital. La abuela la miraba rabiosa. Diez minutos más tarde los ambulancieros, dos hombres enormes, levantaron a la mujer de noventa y dos kilos como si fuera un muñeco, justo cuando Sol entraba por la puerta.

De vuelta del hospital Mariona conducía. En el pequeño utilitario, donde a la abuela le costaba entrar y salir, descargó su ira.

– La olla se va a tomar por culo. Mil veces he dicho que la puta olla iba a explotar y nadie me ha hecho caso. Mil veces lo he dicho, y por no pelearnos con ella mira lo que pasa – miraba por el espejo retrovisor a su tía, había comentado un par de veces que aquello sucedería y nadie le hizo caso ­– tú te crees que yo me tengo que levantar pensando que estoy en una puta guerra, y encima la otra no me hace ni puto caso - Que quería levantarse dice, y si tienes algo roto ¿qué? -giraba la cabeza para mirar a su abuela, y está se aferraba al coche temiendo por su vida, miraba hacia delante para tener la visión que su nieta perdia al mirarla - Es que tiene huevos la cosa, que pensabas, ¿que yo te podía levantar?. Que peso cincuenta kilos abuela, y tengo el hombro destrozado. Y si quiero dormir en bragas duermo en bragas y punto  – la abuela hizo un intento de replica pero quedo sofocado de inmediato con los últimos gritos – y ya te estás adelgazando que no se puede ser tan grande, no te podemos mover.


Mariona llegó a casa, se quitó la ropa y se tumbó en bragas debajo del aire acondicionado del comedor, con las piernas apoyadas en la pared, bajo la mirada de desaprobación su abuela. Esta se levantó con esfuerzo de su butaca, fue a por la laca y volvió a su asiento. Ante la mirada de su nieta asmática se descargó todo el bote sobre el pelo y sonrió.